9/12/07

Ascensión y Caída

Tres personas, dos visiones de la existencia humana, un descenso al abismo al puro estilo Lou Cifer en el Corazón del Ángel, un ascenso en la escala ética como quién quisiera coronar un ocho mil. ¿Cómo llegué a cada una de estas concepciones de la existencia humana?. Pues intentaré contarlo en las siguiente líneas.

En el caso de Kierkegaard (la llamaremos Teoría del Ascenso Ético), fue a través de Faemino y Cansado cuando al término de cada uno de sus sketches proclamaban al unísono con el público. ‘Que va, que va, que va, yo leo a Kirkegaard’




Pues bien a continuación adjunto un pequeño extracto biográfico de Soren Kirkegaard junto a una explicación de su concepción de las fases de la existencia humana (la Teoría antes comentada):

Sören Kierkegaard realizó una lectura de su propia vida e identificó unas fases de evolución. Su época de estudiante de teología fue caprichosa, disipada e irregular. Tras la muerte de su padre, decide casarse y ejercer la profesión de pastor. Finalmente, disuelve el compromiso matrimonial queda solo ante sí mismo y con Dios, y decide optar por un fin superior, heroico, comprometiéndose a despertar entre sus compatriotas el verdadero espíritu del cristianismo. Tiempo después le pareció que tales fases también podían ser vividas por muchas personas, por ello las enunció filosóficamente, para que fueran referencia a todos aquellos que habían realizado un camino personal similar.

La primera fase la denomina fase estética, aquí el hombre rehúye los compromisos, rechaza cualquier evento que signifique atadura, carga o yugo. Su vivir está desvinculado de obligaciones familiares, profesionales y sociales. Sus acciones y deseos giran en torno a la búsqueda del deleite, del placer, continuamente muda de pareceres y va en pos de nuevos deseos. Domina en su mente la imaginación, la fantasía, el ensueño. Para él es más importante lo virtual que lo real. Con frecuencia alimenta un sueño irrealizable, un proyecto dramático, apasionado pero quimérico. Esta vida no tiene continuidad, todo es demasiado cambiante, nada es seguro, se invierte esfuerzos en lo inasible, en lo inmediato, en la consumación del instante. La referencia para actuar y decidir suele ser externa, requiere de traslados incesantes en la dinámica de exponerse a emociones cada vez más distintas e intensas. Carece se estabilidad, carece del soporte que confiere la institución laboral, la institución familiar, los principios morales universales libremente aceptados, no tiene la perseverancia del hombre consagrado a un ideal permanente. Tal fase condena al individuo al fracaso y a la decepción: el placer se vuelve dolor, el hedonismo desdicha, la esperanza desesperación, cultiva una ansiedad por reproducir morbosamente los placeres fugaces una vez vividos, pero ello sólo es vanidad estéril. Kierkegaard dirá de sí en esta fase: “Iba por la vida iniciado a todos los goces; más bien cansándome en despertar la apariencia del goce y encontrando en eso mi melancólico placer”. La fase estética, por la insatisfacción profunda que finalmente produce, lanza a un más allá de sí, invita a trascenderse.

La fase ética reemplaza el individuo disoluto por uno subordinado voluntariamente a la ley moral, de validez objetiva y universal. Ya no se vive de sueños, surgen tareas concretas a realizar. Las fantasías dan paso a la más pura e ineludible realidad. Los impulsos irracionales por satisfacer placeres y deseos inmediatos, ganan control por el concurso de normas morales y una consideración convencional de la realidad, convertida en espacio en el que se pacta con los demás y con las necesidades más ciertas y razonables. Es la fase de la previsión, el tiempo controlado y el trabajo. No se viven sólo instantes densos en pasión, se vive un conjunto organizado que del presente va forjando un futuro seguro. Esta es la fase del ciudadano y del hombre que constituye una familia, que da estabilidad a su relación sentimental. En esta fase se establecen las instituciones, se realiza la subordinación a leyes jurídicas, sociales y éticas de rango universal, fase que puede asumirse como la concreción del pensamiento hegeliano.

Finalmente, la fase religiosa surge gracias al conflicto con la fase anterior: no basta las referencias a un orden, a una legislación, ello todavía es demasiado externo e impersonal, se da un salto, se verifica una relación cualitativamente distinta. La relación con Dios mediante la Fe es irracional, supera la pretendida absolutez de la racionalidad experimentada en la fase ética. El orden de la fe es el único legítimamente existencial: rompe la inmediatez del placer de la fase estética, rompe las seguridades y estabilidades de la fase ética, proyecta al hombre a la invención de un más allá radicalmente novedoso e íntimo. Y ahora la relación no es con un conocimiento, es una relación concreta, una comunicación entre dos existentes, yo y Dios. Pero este salto exige una decisión, una opción que envuelve un deseo de radicalidad. Se descubre que las fases no son sucesiones naturales, de un estado a otro, sino auténticas verdades definidas íntimamente. La fe posee otro carácter de comprensibilidad. Ella no es lineal, lógica, ella sucede en el sacrificio de lo tenido por racional, su dinámica es paradójica, es contradictoria, niega las proporciones enunciadas como a mayor-más, a menor-menos. En la fe se invierten los polos de referencia: Abraham sacrificando a su hijo iba a ser contrario a toda norma familiar y social, carecía de cualquier asidero racional; pero Abraham veía que la relación absoluta del hombre con el creador trascendía cualquier ética o razón humana. En Kierkegaard, antes que disolverse las contradicciones, la operación en la fe las agudiza, el hombre vive las tensiones irreconciliables entre lo finito y lo infinito, la fe y la razón, la cotidianidad y la búsqueda de la trascendencia, lo particular y lo universal.

Bien, esta visión contrasta con la siguiente (Descenso al Averno, por ejemplo) Llegué a ella gracias a una de las mejores películas de Coppola: ‘Apocalypse Now’. Tras disfrutar de la búsqueda de Kurtz por parte de un inmenso Martin Sheen (ver vídeo adjunto donde aparece Martin Sheen interpretándose a sí mismo bajo la excusa de encarnar a Willard)



Pues bien, tanto me impresionó la película que me propuse leer el libro de Conrad en el que está inspirada, ‘El Corazón de las Tinieblas’. En el prólogo de la edición de Valdemar Dámaso López García cita un pasaje de Juan Benet en ‘Volverás a Región’

Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve o nos impulsa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos por todo aquello – una mujer, una profesión, un lugar donde vivir – gracias a una intuición impulsiva que nunca compara: todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo.

En la segunda edad aquello que elegimos en la primera normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su corazón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y de las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca, debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva.

En este caso, efectivamente y tal como le ocurre a Willard, se trata de un descenso al averno de la existencia -en lugar de la vida- un trayecto desde la vitalidad a la muerte en vida del alma.

No sé en qué fase me encuentro en cada una de las dos acepciones (aunque me lo puedo imaginar) ni sé por supuesto cuál va a ser la siguiente, si hacia la cima o un poco más cerca de la deriva, pero en cualquier caso y cualquiera que sea la elección habrá que realizarla de forma sincera y coherente sin miedo al pasado ni al futuro, con la valentía de apostar por un vacío probable en vez de compañía de sábanas frías, por un anhelo que quite el sueño en lugar de despertares poblados de silencio, por llantos de alegría y dolor en vez de lágrimas en soledad, por alguien a quién reconozcas en el espejo a costa de la soledad acompañada…en fin creer que a los imposibles sólo les sobran dos letras para convertirse en realidad…las dos mismas letras con las que empieza uno de mis verbos favoritos: imaginar.

Adjunto los ideólogos que aportaron la semilla de este interminable post…


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