18/5/06

El Reencuentro

Un día leí una novela gráfica - y digo un día porque realmente fue en un día - Blankets, de Craig Thompson. Me llevó al territorio virgen, ya olvidado, de las preguntas sin necesidad de respuesta, de la inocencia como libro de aprendizaje, de las verdades absolutas...aunque sólo duraran minutos. Esto es lo que salió. No tiene tiene importancia en sí, la tiene por el cómo y cuándo vio la luz.

EL REENCUENTRO

Inmóvil junto al altar, apenas se percató de las caras de admiración y los comentarios de los invitados al paso de la novia entre los bancos de la iglesia. Todos sus sentidos se concentraron en ella; su inmaculado rostro bajo el velo, sus manos envueltas en un enjambre de lirios y rosas, su andar gracioso sorteando los pliegues del traje y, como no, su mirada de azabache y miel acercándose al altar. Ya frente a ella, clavados los ojos en sus pupilas eternas, la garganta se le secó y una gota de sudor abandonó su cara para estrellarse estrepitosamente contra el mármol frío.

La camisa empapada se le pegaba a la espalda como una segunda piel. El bombeo constante de sangre sobre su sien le hizo sentirse momentáneamente mareado. Sacó un pañuelo y se enjuagó la cara al tiempo que, con un gesto de tranquilidad, le indicó a Joaquín, el padre de Laura, que todo iba bien. Le conocía desde que tenía siete años, el día en que Laura y él ingresaron en el colegio y los padres de ambos se conocieron a la entrada de la escuela del pueblo.

“Cuídame a mi hija” – le dijo Joaquín al entrar ambos por primera vez en el aula cogidos de la mano – “que es la única niña de este curso y además es una princesa”

Y desde entonces no hizo otra cosa que seguir al pie de la letra esas proféticas palabras. En realidad no conocía a ninguna princesa que se llamara Laura pero para él, desde entonces, cualquier lugar en que hubiera estado con ella era un pequeño reino. Desde ese primer día de colegio habían compartido casi todo lo que la vida les podía ofrecer y arrebatar: tardes de verano en la calle empedrada donde ambos vivían, noches invernales frente a la chimenea en casa de la abuela, carreras por los prados perseguidos por inofensivos terneros, nervios al verse descubiertos jugando a las tinieblas en el viejo y oscuro desván, y por descontado, la circunstancia que le hizo despertar de la niñez a una juventud precipitada: el cáncer que devoró a su padre en apenas tres meses cuando acababa de cumplir doce años. No tenía hermanos pero sí una madre atrapada en una terrible depresión de la nunca volvió a escapar y que convirtió su casa en una cárcel con platos sucios en la cocina, silencios frente a la tele apagada y pastillas para dormir.

A partir de entonces Laura ya no sólo fue su compañera de juegos. Se convirtió en su confidente y su apoyo. Consiguió devolverle la esperanza de sentirse vivo y le ayudó a descubrir una adolescencia que le invadía por horas y un amor imposible que crecía en su corazón.

Se preguntaba por qué entonces no le abrió su corazón por completo, por qué se reservó ese trocito de alma que pertenecía a Laura y que quizás hubiera impedido que ella decidiera ir a la capital a estudiar C.O.U. Cuando le comunicó su decisión, aturdido, le dio la enhorabuena, la estrechó entre sus brazos y le prometió escribirle como mínimo todas las semanas. Pero en su interior se abrió una zanja donde acampó el miedo.

Cuando Laura se marchó, con ella se fue, sin que lo sospechara, un amor tan intenso que le quemaba y le dejó con la única compañía del dolor de su ausencia y la más sorda de las soledades. Quizás todas estas razones o quizás ninguna de ellas le llevaron a abandonar el pueblo, sin previo aviso ni rumbo fijo, apenas una semana después de que Laura se marchara. Sólo dejó un par de cartas de despedida; una para su madre y otra para Laura.

La que dejó sobre la televisión de su casa decía: “Mamá, sabes que te sigo queriendo. Tú sigue buscando a papá en tu memoria que yo salgo en búsqueda de tu hijo. Te quiere, Jesús”.

La que apareció en el buzón de la casa de Laura decía así:

“Te has llevado contigo mucho más de lo que crees. Yo salgo a buscar si queda algo de mí fuera de aquí. Te quiere, Jesús. PD: No sé si podré escribirte todas las semanas, pero te prometo que pensaré en tí todos los días”.

Y como Jesús nunca mentía, así lo hizo durante los siguientes diez años, hasta que un día lluvioso de otoño, la casualidad llevó a Laura a montarse en un vagón de metro atestado de nervios, prisas y empujones, con gente chorreando y paraguas empapados. De hecho fue a ella a quien se le cayó el paraguas en el momento en que las puertas se cerraban. Como era de esperar, el paraguas quedó atrapado entre las puertas. Se agachó e intentó liberar el maldito paraguas de las fauces de la puerta neumática. Tras unos esfuerzos inútiles se levantó indignada para descubrir la cara de Jesús al otro lado de la ventanilla, en el andén. Apenas el metro comenzó a moverse con su paraguas atravesado como una banderilla no dudó en tirar de la palanca de emergencia provocando un parón seco y multitud de caídas y gritos. De una patada abrió la puerta y corrió los pocos metros que había avanzado su vagón para plantarse frente a Jesús.

Jesús, aun asustado por el chirriar de las ruedas tras el frenazo del tren apenas la reconoció cuando se paró frente a él. Pero sus ojos almendrados de color miel le transportaron a su pueblo natal, a un tiempo donde la belleza existía sin necesidad de adjetivos y la esperanza habitaba a cincuenta metros de su puerta. Tras un minuto de silencio, frente a frente, a Laura se le humedecieron los ojos y se abrazó a él como si fuera la única persona en el mundo mientras le susurraba al oído:

“¿Por qué nunca me dijiste nada, por qué nunca me has llamado?”

“Estabas muy dentro de mí. Mis palabras sólo podían hacerte daño” – respondió él mientras acariciaba ese pelo, todavía familiar, consciente de que una nueva brecha estaba a punto de abrirse en su alma.

Y ese fue el principio de su reencuentro. Caminaron hasta la cafetería más cercana y pasaron un par de horas charlando.

Jesús le contó cómo se enteró del fallecimiento de su madre y la incomprensión de los vecinos cuando apareció una semana más tarde del entierro. Él sólo llamaba por teléfono una vez a la semana porque su madre no quería coger el teléfono de su casa, así que aprovechaba la misa de 12.00 del domingo. El párroco de la iglesia, Don Pedro, era la única persona del pueblo a la que su madre obedecía. Los domingos la llevaba a la sacristía antes de la misa, momento que aprovechaba Jesús para llamar a la parroquia y hablar con ella. Ella nunca decía nada, sólo asentía y le mandaba besos cuando veía que Don Pedro entraba en la sacristía antes de comenzar la Misa. Él rompía a llorar tras cada llamada, salvo el domingo en que Don Pedro le comunicó que su madre no podría hablar con él ya que el lunes anterior había fallecido. Como Jesús nunca decía desde dónde llamaba no pudieron avisarle. Incluso se dirigieron al banco desde el que hacía las transferencias mensuales, pero no pudieron contactar con él. Llegó al pueblo dos días más tarde. Su madre llevaba siete días enterrada junto a su padre, aunque su corazón estaba enterrado hacía más de quince años. Tras visitar el cementerio se dirigió a su casa. Cerró puertas y ventanas, desenchufó el teléfono y le entregó las llaves al párroco para que utilizara la casa como refugio para necesitados. Dos semanas más tarde el párroco se instaló allí.

Laura le contó que sus padres la llamaron el mismo lunes del fallecimiento y que se presentó en el pueblo al día siguiente con la esperanza de verle en el entierro. Lo que más le dolió no fue la cara ausente de Ana, la madre de Jesús, en el féretro, no muy distinta de la que tenía los últimos años, o la decepción ante la ausencia de Jesús en el funeral, sino los comentarios de los vecinos acerca de su cruel comportamiento abandonando a su madre a ser enterrada por extraños.

Acabaron sus cafés y quedaron para verse una semana más tarde en el mismo sitio.

A medida que se aproximaba el día de la cita, las horas parecían alargarse interminablemente para ambos. La velada fue un acopio de confidencias e historias varias: el desembarco de Laura en la Universidad, su primer novio y la ilusión por explorar situaciones desconocidas hasta entonces, sus años de indecisión durante la carrera, los primeros trabajos que no duraron mucho, como los siguientes novios, y finalmente la relación plagada de dudas que mantenía con su pareja actual con la que compartía casa, cama, colchón… y una vida que crecía en su interior desde hacía apenas seis semanas y cuya existencia nadie, salvo Jesús y ella, conocía. Tras un par de cigarros y unas cuantas lágrimas también le contó, entre miradas nostálgicas, lo mucho que le había echado de menos y lo feliz que se sentía de volver a verle…todo lo que había imaginado de él, cómo recordaba los años pasados en el pueblo – sin duda los mejores de su vida - y lo perdida que se hallaba en su situación actual.

Tras intentar tranquilizarla y una vez conseguida la difícil empresa de arrancarle una sonrisa, Jesús comenzó a realizar un pequeño resumen de su historia reciente. Le relató las inolvidables experiencias que había tenido recorriendo mundo con la única compañía de su mochila, sus recuerdos y un par de fotos de quiénes fueron su familia y de Laura el día de su Primera Comunión. Le intentó transmitir la sensación de libertad de que gozó desde que abandonó el pueblo, y cómo cada día, cada noche, cumplió la promesa de acordarse de ella, no importaba dónde se encontrara o con quién estuviera acompañado. Y le contó, finalmente, como apenas tres años atrás descubrió su gran amor, un amor que le hizo abandonar la vida itinerante, cerró las fisuras de su alma y ahora, tras tantos años, le ofrecía algo de paz. Pero tampoco ahora le reveló la herida no cicatrizada que ella dejó en su corazón y que parecía volver a abrirse por momentos, a medida que hablaban.

Todo esto pensaba Jesús, frente a Laura, en la iglesia, tres meses después de su reencuentro, con un nudo en la garganta y el cuerpo empapado de sudor. Cerró por un momento los ojos y al abrirlos le pareció verla, de nuevo, con quince años y la mezcla de inocencia y madurez de su mirada adolescente.

“¿Estás mareado Jesús, te encuentras bien?”- preguntó Joaquín, mirándole con cara de preocupación.

Volviendo a la realidad, Jesús dirigió una mirada amable al padre de Laura y le dijo:

“Tranquilo Joaquín, he cuidado siempre de tu hija y este día no va a ser una excepción”.

Y mirando al resto de invitados comenzó a decir:

“Queridos hermanos, nos hemos reunido hoy, en la Casa del Señor, para celebrar la unión en Sagrado Matrimonio de nuestra hermana Laura y ….” ______________________________________________________________________________

Our thoughts together could sail all around the world
The words lose their meaning when you whisper the feelings just begin
Will you LOVE me ?
Don’t you hurt me?
My pretty girl I feel you near me
Can you hear me?
My little girl

Days of Love
Sexy Sadie
It’beautiful, it’s love

This is the sands of nowhere
Time gets longer
Quicksands that drowns me when I miss you

Hanging Lights
Sexy Sadie
It’beautiful, it’s love