18/2/08

Mirar al sol

A medida que me acercaba a la Fnac Callao me sorprendía la cola que flanqueaba la periferia del centro comercial y me preguntaba ¿es posible que Jodorowsky sea capaz de convocar a tanta gente? La respuesta vino de inmediato: no, no es posible. Esta respuesta no beneficia en nada a la sociedad a la que se refiere pero, en fin, era comprensible que Tim Burton convoque a más gente que Don Alejandro aunque su enseñanza no sea tan duradera, quizás sí el disfrute de la obra del marido de la siempre sorprendente Helena.

Ya encontrándome en la cola para que D. Alejandro me firmara mi libro y un par de libros de Juanjo, me sorprendía la fauna diversa que esperaba su turno: pelos pintados, señores de chaqueta y corbata, adolescentes con comics, pirados de todo tipo, pseudo-psicólogos del tres al cuarto, iluminados tratando de camelar a su musa reciente apenas destetada, de todo y para todos. Cuando le entregué el libro que había de dedicarme, le comenté que las primeras páginas de 'Cabaret Mísitico' me habían transmitido mucha energía positiva, hasta lograron hacerme sonreir y estar de buen humor en lo más parecido a la antesala de una mazmorra de tortura legal: la sala de espera de un dentista, a lo que el chileno con una mezcla de sabiduría y complicidad me respodió: 'Es que no es un libro, es un arma para matar la depresión'




A veces nos atrapa la melancolía y otras veces la tristeza enraiza en las murallas de nuestra alma. Cuándo llegaron las semillas, nunca se sabe, hay miriadas de ocasiones a lo largo del día para darnos oportunidad de venirnos abajo, tantas como soles de alegría que las secan antes incluso de llegar a tierra firme. Pero, eso sí, cuando la semilla cae en terreno abonado (por pasados o presentes) y alrededor las circunstancias propician un clima húmedo, una umbría recorre las almenas y la enrededadera sombría comienza a trepar y a tapar la luz. No habrá llegado al castillo la escurridiza planta con aroma de tierra mojada pero ya sus huestes avisan con sordos silencios de que se avecinan malos tiempos para los moradores del castillo. Creo que esto no es malo, es más, creo que se hace necesario aunque sólo sea para recordar y disfrutar de su ausencia cuando el alma se encuentra en paz.

Tantas veces, con seguridad o paseando por lugares comunes, hablo con personas a las que quiero acerca de cómo afrontar situaciones complicadas e intento con más o menos éxito arrancarles una sonrisa y hacerles creer en cosas en que ni siquiero yo creo, con la firme convicción de que, aunque sólo sea durante esa conversación, mi interlocutor recobrará las ganas y encontrará algún motivo para remontar el vuelo.

También, de forma consciente o inconsciente, hacemos daño, dolemos y nos dolemos, y es justo que la misma sinceridad que existe en los momentos agradables se manifieste en los más duros, especialmente si viene de una boca amiga, especialmente si duele más al que lo dice, especialmente si abre heridas que mueren o matan. Lo malo de lo que se dice, especialmente si se refiere a un presente que sangra a costa de un pasado a priori mejor, es si ese pasado fue realmente mejor o se ha construido como mejor que cualquier presente. Y aun peor si ese pasado es el único cimiento de un futuro también irreal. Se desvanecen entonces las esperanzas, se queda sin gasolina la máquina de los sueños y la maldita enredadera de tristeza comienza a invadir los engranajes del optimismo, es entonces cuando piensas si realmente hay soles que puedan secar esa maldita plaga, si se trata de una planta que puede morir o que únicamente se esconde bajo tierra cuando no la sufres.

A esto Jodorowsky le dedica un pequeño cuento:

A un buscador de la verdad le cuentan que existen flores que brillan tanto como el sol. Comienza infructuosamente a buscarlas. Se le convierten en una obsesión y recorre todo el planeta buscándolas. Finalmente decepcionado y convencido de que no existen se sienta al borde del camino con la decisión de ayunar hasta morir de hambre. Al cabo de unos días ve pasar a un viejo con un ramo de unas flores que brillan tanto como el sol. Asombrado le pregunta la buen hombre que dónde las ha encontrado ya que e´l recorrió todo el mundo buscándolas. A lo que el viejo responde: 'Muy sencillo, por la mañana, cuando me despierto miro fijamente al sol. Luego veo estas flores por todas partes'

Quizás el secreto, efectivamente no está en la búsqueda, sino en la actitud con la que se viva el camino. Quizás con el tiempo aprenda a mirar de otra forma los sucesos: llegadas e idas, rupturas y reconciliaciones, malentendidos y promesas inalcanzables, desesperanzas y esperanzas con fecha de caducidad -antes incluso de llegar - y quizás hasta la enredadera de la tristeza se pueda convertir en un bonito adorno para un jardín que, de momento, no existe o está seco. Espero tiempos mejores y unas gafas de sol que me ayuden a mirar el sol.