15/1/08

Unir los puntos

Hoy esta entrada va con dedicatoria a alguien a quien quiero (ni mucho, ni poco, cuando se quiere los adverbios pierden presencia) y que, ya en su cabeza, está pasando momentos difíciles aunque otros no demasiado agradables están por llegar. Se hace difícil encontrar respuestas o explicaciones a preguntas dolorosas y sin sentido pero debemos aceptar la injusta paradoja, afrontarlos y seguir viviendo de forma alegre y positiva con el dolor latente y la ilusión por llegar o en construcción.

Sólo personas grandes - como la persona a que me refiero - de sonrisa sincera, corazón desbordante y querencias firmes son capaces de encontrar en un suceso doloroso, una oportunidad de mayor entrega, de entereza generosa (sólo débil en la soledad) y optimismo contagioso. Son personas que identifican cómo unir los puntos, aunque a veces las lágrimas enturbien la visión.

¿Qué sigifica unir los puntos? Hace un tiempo escuché el discurso de una persona cuyo trabajo admiro, pero aun más su actitud: Steve Jobs. En el discurso dedicado a los candidatos a graduarse en Stanford les habla de sus victorias y sus miserias. De los sucesos dolorosos e incomprendidos y cómo convertirlos en oportunidades. Todo el discurso está preñado de optimismo y valentía, de contradicciones y claves, de derrumbes y escaladas. Y en la primera parte, Steve habla de cómo aprendió a unir los puntos. Me gusta especialmente a partir de minuto 4.53 y 8.00 y de la segunda parte del vídeo...todo.






En épocas faltas de valores y abstrayendo todo el componente empresarial/triunfalista de los ejemplos que se proponen a unos niñatos a punto de licenciarse en Stanford, creo que estos vídeos tienen una serie de 'pequeños cuentos' útiles y aplicables a los propósitos a alcanzar y a cómo afrontar las encrucijadas, ya que prefiero llamar así a los baches de mayor o menor profunidad que nos encontramos en la vida y que, sólo con el tiempo, quedan unidos al resto de puntos que les dan sentido.

Don't settle, Keep looking. Stay Hungry, stay foolish.

6/1/08

De Vita Beata

Me da por pensar en los asuntos más peregrinos en lugares insospechados. La mayoría de las ocasiones me ocurre en la ducha antes de ir a trabajar. Otras veces pensamientos abstractos me asaltan cuando me encamino a la estación de trenes de Córdoba arrastrando el trolley por el empedrado de la ciudad. Hace una semana algo parecido me ha ocurrido en un par de ocasiones consecutivas y ha sido paseando por el paseo marítimo de Tarifa poco después de despertar (el reloj marcaba doble dígito por tanto no es que hubiera madrugado precisamente y puedo afirmar que fueron de la pocas ocasiones en que mi consciencia no se encontraba alterada fruto de los manjares que pueblan la despensa de los paraísos artificiales) Buscando un nexo común a estas ocasiones me he percatado que en todas ellas se da una circunstancia: el silencio sazonaba la ensalada de inquietudes que se revolvían en mi mente. Por eso uno de los propósitos que he hecho para este año es lograr un poco más de silencio, y para lograrlo, nada mejor que buscarlo, sin extremismos como los del asceta de La Vida de Brian, obviamente.

La última idea que deambulaba por mi mente era una que, no por poco novedosa, deja de ser importante: la felicidad. Miles de autores la han tratado, ciento de teorías, filosóficas, psicológicas, libros de autoayuda, religiones, en fin, que piense lo que piense lo tengo duro para proponer nada nuevo o que no se haya escrito antes. Pero la conclusión a la que llego (y que probablemente cambie en el futuro, como casi todo) aparte de práctica es coherente y, al menos, desde mi punto de vista explica gran parte de los fracasos y algunas de las victorias morales que me han ocurrido. Tiene que ver con las expectativas. Como cada inicio de año, todo el mundo se plantea propósitos y metas para el año entrante que, en el mejor de los casos tardarán tres semanas en abandonar o reformular por la incapacidad de alcanzarlas. Como hecho en sí formular propósitos para el año entrante me parece una estupidez (supeditar tus propuestas de felicidad a una fecha) pero como hecho puntual, para revisar qué rumbo va a tomar tu vida a corto o medio plazo, sí me parece acertado y correcto. Porque, y aquí es donde llega el meollo, creo que la felicidad del individuo depende directamente de las expectativas de bienestar que ha formulado para sí mismo. Y no tanto con el hecho de en qué consisten sino con: el hecho de proponerlas, la factibilidad de alcanzarlas y la capacidad de reformularlas. ¿Y por qué?. Porque la felicidad conmenzará a hacerse patente por el hecho de estar en camino a alcanzarla y no sólo en el hecho de lograrlas. Es decir, como decía en maestro Punset, la felicidad habita en la antesala de la felicidad. Las expectativas, de por sí, ya son un triunfo y aun más en el momento en que se lucha por comenzar a alcanzarlas. Al fin y al cabo es la motivación lo que nos impulsa y nos da alas para elevarnos sobre la indefinición o el laberinto de las voliciones. Estas expectativas pueden tener fines universales o tratarse de un día a día grisáceo tornándose a más brillante. Igualmente creo que para evitar decepciones, estas expectativas deben formularse en varios niveles y a corto y medio plazo, ya que a largo tu mayor expectativa es la de todos: la felicidad acompañada de la esquiva paradoja de que se consigue casi siempre inconscientemente, casi sin darnos cuenta. Suele presentarse en estados puntuales y no como una situación permanente y sólo somos capaces de identificarla precisamente cuando nos abandona: ¡qué feliz fui en ese momento!

Estas expectativas de bienestar, siempre desde mi punto de vista, tienen dos características que han de sopesarse internamente, ya que no hay baremos universales, que afectan a cómo nos ayudarán a marcarnos hitos en el camino hacia la felicidad. Por un lado su componente ético…¿pero cómo nos hablas ahora de ética si la lucha por la felicidad es en sí mismo un tratado de ética?. Bueno, reformulo la afirmación, su componente moral. Si las expectativas que hemos propuesto inciden directamente en el mal o dañan a otra persona de nuestro entorno, ¿sería lícito proponerlas? Aquí habría que analizar si lo que se busca es el daño a esa persona como fin puro y duro (tu felicidad reside en la infelicidad de otro) o como consecuencia de tu fin real (quiero ese puesto aunque tengan que echar al que ahora lo ocupa) Entiendo que hay males necesarios como efectos colaterales a acciones pero que toda expectativa de bienestar debe evitar a priori. Ningún mal a tus semejantes debe residir en las propuestas realizadas y, en caso de estar cercano a que se produzca, no debería generar sentimientos positivos aunque se aproxime el alcanzar la expectativa anterior creada porque, si se trata de expectativas sinceras, deberían de ser igualmente generosas: el bien nunca puede residir per se en una búsqueda del mal para el semejante. Caso aparte es el voluntario in causa y siempre que situación negativa sobrevenida sea posterior y de calibre muy inferior al bien del que procede y por supuesto nunca buscada aun cuando se sopese como probable o lejana.

La otra característica que mencionaba antes, y que ya propuse al principio es la factibilidad y la reformulación. Expectativas imposibles nunca se alcanzarán y esto, de por sí, no es malo ya que lo importante y básico es, tenerlas y luchar por conseguirlas, es decir, la capacidad de anhelar ese bien y la motivación para moverse hacia él. De ahí la importancia de no hacer muchas propuestas y segmentarlas en varios plazos. Pero si la expectativa comienza a convertirse en una barrera o en una pesadilla por el hecho de que creíamos que era alcanzable (o nos creíamos capaces de alcanzarla en cierto periodo de tiempo) y realmente no lo es, puede convertirse en una losa que nos arrastre a la decepción, la incredulidad y la falta de ambición, fruto de la frustración. En ese caso hay que apresurarse a reformular, no como una rebaja o una disminución de las ambiciones, sino como un examen de sí mismo y una mejora en el conocimiento propio, que no nos lleve a ahogarnos en la ambición de escalar Himalayas cuando lo que disfrutamos y nos hará felices es dar paseos por la montaña. Debemos tener la cintura suficiente para adaptarnos a nuestras circunstancias del momento y proponer metas (expectativas) factibles en cierto horizonte temporal: la capacidad de reformular, recapacitar y volver a proponer es en sí una victoria, sin perder de vista metas mayores quizás alcanzables en otro momento o que valen de por sí por el hecho de estar presentes simplemente como ambición futura.

¿Y por qué toda esta retahíla de propuestas, ambiciones, expectativas? Porque firmemente creo que la ausencia de todas ellas es la muerte en vida del sujeto, o del alma del sujeto, la nada, que deriva en enfermedades del alma y el cuerpo, en depresión y sus derivados ya sean previos (desánimo, negatividad) o posteriores (suicidio) En el momento actual en el que es complicado confiar y las circunstancias nos fuerzan a actuar en muchos ámbitos (y no me refiero a actuar en el sentido más teatral de la palabra sino a hacer cosas) sin motivación sino únicamente porque se nos exige o nos lo mandan o porque se supone que debería hacer tal o cual cosa, una vida sin expectativas claras y propias puede fácilmente desembocar en una incomprensión de por qué hago todas las cosas que se supone debo hacer (y que no son pocas) y llevarnos a una sensación de vacío que nos conduzca hacia la deriva (ver post anterior acerca de las tres fases del estado del hombre, parte final del extracto de Juan Benet). Esa sensación de depresión o pesimismo sin ganas de nada fue perfectamente relatada por Sabina en una canción autobiográfica y escalofriante, la Nube Negra que es como el cantautor de Úbeda definió ese estado



Pues precisamente como contraposición a ese estado apuesto por crear expectativas (ganas de tener ganas) aunque sean simples, aunque parezcan tontas, aunque se vistan de sueños, pero que nos muevan, que nos motiven, que sean bálsamos contra el dolor del mundo, balizas que guíen nuestra singladura a buen puerto al final del día y nos alejen de la deriva, aunque sean mentiras… pero que valgan la pena (y cierro con Sabina & Serrat, esta vez en el extremo opuesto)



¡Felices propósitos para el 2008!