19/10/06

Quien lo probó lo sabe

Ayer volvía de Londres después de acostarme el día anterior a las 1.AM y levantarme a las 5.00 AM, muerto de sueño y aburrimiento. Llegué al aeropuerto de Gatwick y tras una agradable espera de 30 minutos en el mostrador, la antipática señorita que hacía las veces de representante de Air Plus en el citado aeropuerto me hace facturar una bolsa de mano porque excede de 5Kg….tras preguntarle dónde podía leer esa nueva regla (en el vuelo de ida no tuve problemas) me responde “Es que aquí cumplimos las reglas”. Ya estaba yo bastante calentito con el sueño y medio resaca como para que el proyecto de monigote con falda y pinta de sucia disfrazada de azafata de congresos tocara mis partes nobles metiéndose con España – que ya bastante jodida está con sus residentes como para que la ponga a parir una ignorante con aires de grandeza - pero como no está el horno para bollos en Londres y además no me sentía con fuerzas para discutir saqué el ordenata y me dispuse a facturar como todo hijo de vecino. No contentos con dejarme sin mechero en el control de equipajes y cachearme hasta el alma me hicieron abrir todos los dispositivos electrónicos que llevaba – y que no eran pocos, como si Super Mario Bros. fuera a dinamitar el avión de los huev… desde una inocente DS. Pues bien, dispuesto a perder el tiempo y hasta los mismísimos de los hijos de la Gran bretaña que circundan el aeropuerto de Londres me dispuse a gastar compulsivamente a fuerza de estirar la tarjeta de crédito. Mi primer objetivo, la revista Wired: probablemente la única revista de las 300 que podía haber en la tienda que no identificaba el lector de códigos de barras. Tras diez minutos de cola y cinco en el mostrador le dije al dependiente que quizás dentro de un lustro volvería a comprobar si habían solucionado el problema. Dado que las islas británicas no son famosas por su gastronomía me dispuse a deglutir comida de bote…y no aceptaban tarjetas de crédito. Mi suerte no podía sino aumentar. Un tanto cabreado y con cara de árabe en pleno ramadán localicé una zona de fumadores…sin fumadores y claro, yo sin mechero. Si la Reina Isabel supiera lo que pensé en esos momentos dudaría acerca de si es un honor ocupar su puesto. Finalmente encontré una sucursal de HMV, aunque lo que compré allí lo contaré más adelante. Llegué a la puerta de embarque y, como se podrá imaginar y dado que no era el día en que me iba a tocar la lotería, el avión con una hora de retraso. Comencé a hacer cruces internas a las aerolíneas españolas: al final la guarra de facturación iba a tener razón. Tras embarcar se me sienta al lado una señora que tendría un siglo y medio en cada extremidad de su cuerpo y más arrugas que un dedo gordo tras un baño de dos horas en agua hirviendo. La susodicha leía con suma atención las instrucciones en caso de impacto…que podría tener algo de lógica sino fuera por, al menos tres razones: su edad (no menos de ochenta años), que era coja (con bastón y todo) y sorda perdida…y no lo digo por criticar, sino porque estuvo durante dos horas hablando con su amiga sentada en el asiento de al lado y que sufría su mismo defecto auditivo, lo que no facilitó precisamente que conciliara el sueño. Tras media hora parados y casi asfixiándonos, el comandante nos dice que vamos con retraso…por la cantidad de maletas facturadas: ¡lo que me faltaba, joder, si te hacen facturar casi con un cepillo de dientes!. Después de defecar intelectualmente en la familia de cierta asistente del personal de tierra despegamos. Dos horas y media de gritos a mi derecha más tarde y tras sobrevolar Madrid y alrededores en círculo por cerca de veinte minutos aterrizamos…y las maletas no salen…. Media horita más, por si no estabas cansado y ya eran las 22.30 (vuelo previsto para las 17.40).

Y así llegué a mi casa, y abrí uno de los DVD’s que compré en Londres: concierto de U2 en Sydney año 1.993, gira ZOO TV Tour. En esa gira de U2 fui al primer concierto “en condiciones” de mi vida, 22 de Mayo, Estadio Vicente Calderón, diecinueve años, dos semanas de telefonista en el Colegio Mayor para sacar pasta para pagar la entrada (3.900 ptas) y la ilusión de un niño la noche del 5 de enero. Teloneros, Los Ramones. A medida que avanzaba el DVD se me seguía poniendo la piel de gallina al ver a Bono convulsionándose ante los primeros acordes de Zoo Station, el montaje audiovisual con mensajes en los monitores agolpándose como abejas en un panal, la catarata de luz en Where the Streets Have no Name, la llamada al Hotel Palace, el silencio de gargantas unidas con One, el minishow en el escenario secundario con Angel of Harlem, The Edge como un autómata desgranando Numb, el sudor helado con With or Without You, los coros de todo el estadio con Pride, Bono vestido de Mefistófeles con Daddy gonna pay for your crashed car. Quizás fuera porque se trataba de mi primer concierto en una plaza “de primera” y con un grupo “como un vitorino” pero creo que, sin duda, fue la mejor época de U2 (les he visto más tarde en POP y Vertigo) y con el mejor repertorio de canciones: Achtung Baby en estado puro, el disco que – desde mi punto de vista – les reinventó y cambió la forma de entender el pop en los años noventa. Revisitando ese concierto, esta vez en el DVD de Sydney, pasaron los minutos y los pitillos con una sonrisa en la cara y los recuerdos de la mejor época de mi vida (como estudiante) acompañándome, cuando cada día era un capítulo por escribir, aprender de todo y de todos la ley y los sueños tenían sentido sin explicaciones ni condiciones. Para mí también hubo un antes y un después de ese concierto en el Calderón: tras ese día ya había visto, sentido, vivido un concierto de un grande, aunque para mi desgracia los grupos que me apasionaban estuvieran separados o no pisaran España (la vida me hizo visitarlos a Wembley y que me devolvieran la visita a España este mismo año). Pues bien, esta sensación de plenitud y nostalgia al contemplar el DVD editado…13 años más tarde, compensó todas las vicisitudes anteriores. Por cierto el otro DVD que compré… Blade Runner, versión del Director: sin comentarios (y con unicornio).


A algunos quizás todo esto le parezca una chorrada y vayan a un concierto como el que va a comprar el pan, seguro que en el futuro van a ahorrar mucho dinero, pero no les envidio, al contrario, les compadezco, no han tenido la suerte de tener el alma pegada a los oídos. Como decía Lope de Vega en su poema acerca del amor no se trata de explicar lo que se siente ante esa experiencia: quien lo probó, lo sabe.

4/10/06

Los 400 golpes

Quizás hoy este entrada al blog tenga un toque un poco intimista, quizás sea algo de autopedagogía la que surca esta líneas. Fue Truffaut quien dirigió la película cumbre de la Nouvelle Vague llamada los "400 golpes" y en eso se podían haber convertido los días que transcurrieron entre una lúgubre llamada de teléfono de principios de Agosto de 2.005 y el viernes pasado. La vida, traicionera y juguetona, me la jugó en dos ocasiones, una situándome al borde del abismo y la segunda invitándome a un brindis al sol una noche de pleno verano.


En su primer envite creí conocer la Nada, la ausencia de esperanza, la culpa como compañera de cama, la niebla en el espejo, la bilis en la garganta del desayuno a la cena. No necesitaba hombros sobre los que reposar, no necesitaba palabras ni oídos, me aborrecía y toda comprensión generosa era baldía. Así comencé una peregrinación muy por dentro de mis miserias y muy por fuera de La Habana, con ininterminables minutos de vigilia y una ciudad en cada recuerdo, y para cada recuerdo un dolor. Y así, entre galenos, química de laboratorio, gargantas mudas y almas sangrantes fue avanzando una existencia lacrada por el pasado.


Y llegó una isla, que a la postre resultó no ser una isla sino un oasis tras meses de sed. Y ese oasis plantó semillas que tornaron las lágrimas dolientes en otras de camaradería y el vagar sin rumbo en una existencia recuperada, como la memoria de lo que fue y creí nunca volver a ser. Y llegó un bálsamo bañado de sabor oriental, alma cándida, amplia y generosa, bondad de ojos rasgados. Y llegó la alegría pero se mantuvo la esperanza dormida. Prosiguió la vida, vivida a medias pero mirando a proa, la popa enterrada en los bancales de ayer, recuerdos mudos pero amargos.


Y con la Navidad llegó la esperanza vestida de sonrisas, miradas de verdad y confidencias a medias, qué extrañas e imposibles formas adopta la esperanza cuando se viste de mujer. Y con ella me llegó la posibilidad de todo lo posible - gracias maestro Marina - (aunque en este caso la esperanza de falda holgada sea imposible), y rayos de sol y sonrisas sin motivo aparente. Y en ese momento la vida me dio dos azotes al sacarme de su vientre oscuro y acabé por renacer. Y lloré a gusto al respirar, y me volví a sentir vivo y quise correr por los bosques y disfrutar el esplendor en la hierba y cantar hasta quedar afónico y reírme si no puedo hablar porque mis manos son torpes y acelerar hasta que la adrenalina se confunda con el final de esa curva y leer y escribir y no tener miedo a soñar. Y a cada envite que me lanzaba la juguetona señora yo le subía dos más...y a las malas órdago con todo lo que tenía que, a decir verdad, era y es más bien poco. Y llegaron amigos inesperados a estas alturas del cotarro, y llegaron las barbas y los paraísos artificiales y los de verdad, repletos de fieras salvajes, y llegó la hora de escribir este post y los anteriores.


Pero durante todo este tiempo estuvo presente la duda silenciosa del reencuentro, el corazón pusilánime, el alma escondida y el olor a pasado húmedo del desván de mi corazón. Sin ni siquiera repartir las cartas, esa puta que se viste de verde y que se llama Esperanza se desnudó delante de mí en la puerta de un garito de Madrid, puso todo el dinero de la banca sobre el tapete en forma de mirada, enfundada en un disfraz de blanco y negro (con lo que amo la belleza del gris...), las llaves de mi ex-coche en el bolso y parte de mi futuro en sus labios. Creo que estos envites no se pueden programar y las respuestas menos. Como Sir Thomas Moro pude pedirle al verdugo que hiciera bien su trabajo y prepararme para una tortilla de Orfidal. Pero la vida (pareja de mús cargada de cerdos en esta ocasión) me hizo la seña de solomillo y dejamos el mus para los cobardes. Y luego, para qué más contar, un renacer dentro de una vida presente y las dudas y el pasado en el trastero con dos cerrojos, para que se aburran de miedo y se mueran de hambre. El hacha del verdugo la uso ahora de espejo cuando me afeito por la mañana y cada vez que el futuro me cuenta que hay controles de velocidad intento sonreir para salir bien en la foto. Ahora entiendo a Violeta Parra por aquello de "Gracias a la vida que me ha dado tanto". Pues eso, cabrona, gracias.


PD: Mi coche, Gustavo (hasta que lo desguacen, aunque esté en manos de mi pasado seguirá siendo mío), sigue precioso, fue la mayor alegría de esa inesperada noche con tintes de ayer y promesas de mañana.


PD2: El anillo de pedida sigue soltero y sin compromiso, reluce más cuando sabe que acabará adornando el sedal de una caña de secano.