4/10/06

Los 400 golpes

Quizás hoy este entrada al blog tenga un toque un poco intimista, quizás sea algo de autopedagogía la que surca esta líneas. Fue Truffaut quien dirigió la película cumbre de la Nouvelle Vague llamada los "400 golpes" y en eso se podían haber convertido los días que transcurrieron entre una lúgubre llamada de teléfono de principios de Agosto de 2.005 y el viernes pasado. La vida, traicionera y juguetona, me la jugó en dos ocasiones, una situándome al borde del abismo y la segunda invitándome a un brindis al sol una noche de pleno verano.


En su primer envite creí conocer la Nada, la ausencia de esperanza, la culpa como compañera de cama, la niebla en el espejo, la bilis en la garganta del desayuno a la cena. No necesitaba hombros sobre los que reposar, no necesitaba palabras ni oídos, me aborrecía y toda comprensión generosa era baldía. Así comencé una peregrinación muy por dentro de mis miserias y muy por fuera de La Habana, con ininterminables minutos de vigilia y una ciudad en cada recuerdo, y para cada recuerdo un dolor. Y así, entre galenos, química de laboratorio, gargantas mudas y almas sangrantes fue avanzando una existencia lacrada por el pasado.


Y llegó una isla, que a la postre resultó no ser una isla sino un oasis tras meses de sed. Y ese oasis plantó semillas que tornaron las lágrimas dolientes en otras de camaradería y el vagar sin rumbo en una existencia recuperada, como la memoria de lo que fue y creí nunca volver a ser. Y llegó un bálsamo bañado de sabor oriental, alma cándida, amplia y generosa, bondad de ojos rasgados. Y llegó la alegría pero se mantuvo la esperanza dormida. Prosiguió la vida, vivida a medias pero mirando a proa, la popa enterrada en los bancales de ayer, recuerdos mudos pero amargos.


Y con la Navidad llegó la esperanza vestida de sonrisas, miradas de verdad y confidencias a medias, qué extrañas e imposibles formas adopta la esperanza cuando se viste de mujer. Y con ella me llegó la posibilidad de todo lo posible - gracias maestro Marina - (aunque en este caso la esperanza de falda holgada sea imposible), y rayos de sol y sonrisas sin motivo aparente. Y en ese momento la vida me dio dos azotes al sacarme de su vientre oscuro y acabé por renacer. Y lloré a gusto al respirar, y me volví a sentir vivo y quise correr por los bosques y disfrutar el esplendor en la hierba y cantar hasta quedar afónico y reírme si no puedo hablar porque mis manos son torpes y acelerar hasta que la adrenalina se confunda con el final de esa curva y leer y escribir y no tener miedo a soñar. Y a cada envite que me lanzaba la juguetona señora yo le subía dos más...y a las malas órdago con todo lo que tenía que, a decir verdad, era y es más bien poco. Y llegaron amigos inesperados a estas alturas del cotarro, y llegaron las barbas y los paraísos artificiales y los de verdad, repletos de fieras salvajes, y llegó la hora de escribir este post y los anteriores.


Pero durante todo este tiempo estuvo presente la duda silenciosa del reencuentro, el corazón pusilánime, el alma escondida y el olor a pasado húmedo del desván de mi corazón. Sin ni siquiera repartir las cartas, esa puta que se viste de verde y que se llama Esperanza se desnudó delante de mí en la puerta de un garito de Madrid, puso todo el dinero de la banca sobre el tapete en forma de mirada, enfundada en un disfraz de blanco y negro (con lo que amo la belleza del gris...), las llaves de mi ex-coche en el bolso y parte de mi futuro en sus labios. Creo que estos envites no se pueden programar y las respuestas menos. Como Sir Thomas Moro pude pedirle al verdugo que hiciera bien su trabajo y prepararme para una tortilla de Orfidal. Pero la vida (pareja de mús cargada de cerdos en esta ocasión) me hizo la seña de solomillo y dejamos el mus para los cobardes. Y luego, para qué más contar, un renacer dentro de una vida presente y las dudas y el pasado en el trastero con dos cerrojos, para que se aburran de miedo y se mueran de hambre. El hacha del verdugo la uso ahora de espejo cuando me afeito por la mañana y cada vez que el futuro me cuenta que hay controles de velocidad intento sonreir para salir bien en la foto. Ahora entiendo a Violeta Parra por aquello de "Gracias a la vida que me ha dado tanto". Pues eso, cabrona, gracias.


PD: Mi coche, Gustavo (hasta que lo desguacen, aunque esté en manos de mi pasado seguirá siendo mío), sigue precioso, fue la mayor alegría de esa inesperada noche con tintes de ayer y promesas de mañana.


PD2: El anillo de pedida sigue soltero y sin compromiso, reluce más cuando sabe que acabará adornando el sedal de una caña de secano.

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