10/12/06

Poastal navideña

A veces el alma siente naúseas, no es capaz de digerir los suculentos platos que el devenir le propone. Y entonces comienza a devolver y revolverse y, quizás por eso, como si se tratara de una urgencia en plena noche, necesitamos hablar con un nudo en la garganta, cantar afónicos, correr a paso lento, gritar con voz muda, escribir sin papel, pintar en blanco y negro, llorar de alegría o reírnos de la pena.

Intentamos buscar Omeprazoles para el corazón, que nos hagan más llevadera la digestión diaria y leemos a pensadores sesudos o comics nada banales, vivimos las vidas de otros en 8 milímetros o se nos pone la carne del alma de gallina con tres rimas musicadas o sin más sonido que el vacío del estómago con viruela y mariposas.

Creo que toda esta naúsea espiritual – en el más positivo de los sentidos - que me invade (independientemente de lo más o menos razonable de mis motivos, que ya van para un año) es una preparación para la peor de las épocas posibles, la que habría que bautizar como la más zapatera de las épocas del año, la temporada navideña o, como diría Pedro, la época del buen rollo. Cuando todo el mundo ha de ser bueno por cojones, entre indigestión e indigestión social, laboral o familiar. Los momentos en los que hay que llamar porque sí y no porque tengas nada distinto que decir al común de los mortales polarizados por las modas que la tele o las compañías de móviles imponen. A Santa Claus habría que colocarle una bomba de Polonio 210 bajo su trineo y a los Reyes Magos dispararles balas de sal tras una laceración pública con alambres de espino.

Porque sí, porque la Navidad me deprime, me pone de muy mala leche y apenas ha comenzado estoy deseando que termine como si de un Via Crucis sobre lava ardiente se tratara. Porque además, he de confesarlo, me entristece, me da un bajón importante y además me sensibiliza demasiado ante lo que lucho con jarabes de alta graduación e infectos y oscuros garitos de música igualmente alta. Y como ese bajón me persigue hasta el 7 de Enero pues sé que voy a estar especialmente receptivo a lo que ocurra a mi alrededor o muy dentro de mí con el peligro de que el alma comience a vomitar serenatas de sinceridad dolientes o ilusorias perlas de fango azabache.

Y esto sólo ha sido el prefacio o, como dirían los clásicos, el planteamiento, todavía queda el nudo y desenlace…


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